Hoy llegué al trabajo sin las llaves de la oficina, treinta
y ocho pesos en taxi y yo colgada de un “así es la vida” que mi tiró como fin
de un mensaje por wtsp.
Siempre fue esa mi respuesta ante la muerte.
“Así es la vida” podría ser el título de un libro de
cuarenta tomos, de una serie de televisión con cuarenta años, de una saga con
cuarenta actores, de un poema de cuarenta estrofas, un texto de cuarenta
palabra, un tuit de cuarenta caracteres. Pero no lo es, o por lo menos esta
mañana no encontré nada de eso en mi pequeña inmediatez, ni en la librería
donde desayune, ni en el inestable mundo cibernético.
Así es la vida como respuesta a quienes quedamos vivos,
sobreviviendo sin que se trate de esforzarnos, sin que se trate de ser
conscientes de cuánto oxígeno respiramos ni cuántas células regeneramos o en
cuántas de ellas dejamos de existir. Supongo a algunos las preguntas nos
mantienen vivos, mientras que otros evitan frenar a cuestionarse y siguen el
impulso de la vida desde el primer llanto, no creas que descansan cuando
duermen, ni ellos, los que no se cuestionan, ni nosotros, los que enloquecemos
en preguntas sin respuestas, es que las respuestas siempre son válidas pero
regeneran el volver a no saber y otra vez preguntar y cuestionarse y poner en
duda y consultarse y pensar hasta quedarnos dormidos y si, ya nos preguntamos qué
pasa en nuestro sueños, ya lo discutimos, ya lo pusimos en jaque.
Cuestionarse sin tener certezas, últimamente, quienes se
muestran firmes en sus certezas me muestran sus cientos de “no”. La certeza
niega otras posibilidades, la certeza será una afirmación única, en ella misma,
el resto es negativa, o no… no podría asegurarlo con certeza.