sábado, 12 de octubre de 2013

distancia inmune

Creo que fue en la primer cita con Ache. “Estudias arquitectura para controlar las distancias” dijo.
Tenía razón, pero le falto un enorme detalle: quiero controlar las distancias, si. Las del tiempo.

No mido los viajes en kilómetros, los mido en horas.

Alguna vez me enamoré de alguien que vivía a cuadras caminables de mi casa, nos separaba la dimensión del tiempo. Un día mío, una semana para él.
Una hora de besos no rinde una quincena de días, una noche de sueño compartido es insignificante frente a dieciocho noches necesitando ser abrazada. La ausencia en cuerpo, alma y  pensamiento alimenta la obsesión pero no el amor. El tiempo, sabio e incontrolable, alimenta el desamor y respecto a la obsesión…

Hay sólo un lugar donde el tiempo se torna mucho más etéreo, es esa caja de resonancia donde pierdo la conciencia y la inconsciencia toma partido sobre mi voz. Mis oídos oyen, yo (¿yo? ¿cuál yo?)  no escucho, pero la mente registra. La mente, en todo su paquete, la mente que logro controlar y la que no, la que está siempre abierta, y la que tiene combinación de seguridad, la que parece traicionarme cuando en realidad me cuida. La que cuido, y de la que aprendo, guiada por Ache, quien trabaja junto a mí en ese espacio adimensional, que no tiene tiempo.

EL tiempo y los kilómetros son amigos del desamor. Dejé de amar al gran amor de vida con el peso de la distancia a lo largo del tiempo. Una ecuación sencilla: a mayor distancia, menor es el tiempo compartido. Y cuando el tiempo compartido es poco, el tiempo en el que se extraña es mucho. Extrañarse tanto, para verse poco es igual a locura, no a amor.
Si, se puede amar a la distancia, se puede luchar por lo que se ama, pero ¿cuál es la relación entre sufrimiento y amor propio? Cuando el sueño de estar cerca es tan lejano en el tiempo, ¿cuántos son los sueños inmediatos no vemos y perdemos?

Y en las antípodas el no tiempo, la no distancia que es igual al no espacio, no respiro, me ahogo.

Las ecuaciones deberían dar cero. ¿Cero es el equilibrio? ¿Cien kilómetros está bien? ¿Una semana y media es suficiente?


Al fin de cuentas, quiero controlar y no puedo, principalmente porque no sé qué tan cerca te quiero. Quizás nunca fue amor. Y la distancia es la muralla que me mantiene inmune al amor.

domingo, 6 de octubre de 2013

ERIZAR de piel.



El viento está logrando erizarme la piel, entonces sentir la piel se siente bien, creo que es eso lo que tanto me gusta de estar de a dos, sentir la piel.
 Dos que no son cualquiera, dos de los cuales una soy yo, esta yo que está bien consigo misma y el otro es quien termina siendo más poderoso que el mismo viento ya que logra erizarme la piel sin siquiera estar presente. 

Que ternura que le tengo a mi imaginación, a esta facilidad de pensarte, crearte y recrearte. Que dulce que me resulta encontrarte cada vez más lejos en el tiempo, cada vez más diferente al ideal que creo de vos, tan realmente diferente que me gusta. Aunque temo hacerme adicta a pensarte, ya ni siquiera puedo dormirme si no es soñando.

Antes que digas que sientes lo que no sientes prefiero que no digas nada, o mejor si dices que no sientes. Así es más fácil. ¿no? O acaso temes perderme? Entonces… ¿sientes?



TU, que me percibes, que escuchas a mi cuerpo cuando habla y tienes absoluta lectura sobre lo que dice. Pero sólo sabes de mi cuerpo, no sabes de mi. 
No sabes de mis miedos. 
No sabes de mis ideales, de mis pensamientos. 
No sabes de mi ganas, apenas algo de mis gustos. 
No sabes de mi historia. 
No sabes, no puedes, ni quieres saber. 

El viento vuelve a soplar, vuelve a erizarme la piel, la piel, que bien se siente.