De alguna manera también se trata de
permitirnos estar tristes.
Evocar a la sonrisa triste y distender los
músculos del cuerpo a quienes con tantas angustias cargamos antes de
permitirnos pensarlas, dolerlas y dejarlas ir.
Mi teoría es que no hay persona más infeliz en
esta vida que aquella que no se ha permitido llorar a sus muertos, amar aún
después del engaño, sufrir los descuidos, extrañar la felicidad compartida.
No existe persona más fuerte que aquella que
se anima a enfrentarse a sus angustias y supera el reto de permanecer mañanas
en la cama entre pañuelitos descartables y tazas de té a medio terminar. Una filósofa amiga utiliza el término “llorar
a carcajadas” y no encuentro definición más acertada para ese llanto que nos
ahoga, nos quita la respiración, nos cansa y nos hace dormir.
¿Cuántas veces, de niña, me he acurrucado en
el llanto hasta entrar en un sueño profundo de efímera serenidad?
Las películas melodramáticas son el invento de
un médico loco que descubrió cuan perjudicial para la salud es la acumulación
de lágrimas no derramadas. Ahora que el vino ya no es suficiente y las drogas
evolucionan para anestesiar lo que sentimos y así vivir en un mundo paralelo
donde los relojes siguen girando, y el alma se desprende de nuestro cuerpo sin
que eso signifique la muerte.
Seremos agua, células, piel, huesos, músculos
y cuanta cantidad de cosas quiera describir un manual de anatomía; pero el
alma, el alma pesa señores. El alma es caprichosa y se empaca cuando no la
dejamos ser, el alma comprime nuestros pechos, juega con nuestros estómagos,
inunda nuestras gargantas, salta en nuestras cabezas, pero ante nada, y
también, ante todo, el alma ama a nuestro cuerpo.
Sólo habitando nuestro cuerpo, alma siente los
sentidos. Por eso el alma hoy esta tan enojada conmigo. Mi alma no entiende
como nos permití perder a aquella persona que revoluciono tanto mi gusto, mi
olfato, mi tacto.
Alma es una niña adolescente y razón es esa
abuela de pelo largo y canoso, de piel morena y curtida, de ojos oscuros y
cristalinos. Razón es sabia y cuenta con las armas más poderosas de todas:
instinto, memoria, historia. Sabe de
dolores y de errores propios y ajenos, sabe cuidar.
Razón aún siente la impotencia de no entender
que pasaba cuando aquella niña se acurrucaba en el llanto hasta dormirse, pero
ante todo, razón es protección y envió a las profundidades los más dolorosos
recuerdos de quienes se va desligando en cada llanto del presente.
Razón dejó que cuerpo, alma y yo juguemos con él
hasta que él rompió las reglas del juego, y el dolor entre tanto dolor no se
entiende como dolor, de ti también aprendí no así tu de mi.
Y te cuido, a ti también te cuido, como he
cuidado a cada uno de aquellos hombres a quienes permití descuidarme, mientras
la angustia duele, mientras alma se impacienta y razón, sabia razón,
simplemente espera.
Mientras
yo me permito estar triste, deseo, infeliz, que seas feliz.
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