Anda, deja ya las armaduras y corre a sentirte en el viento,
luego quédate quieto
y deja ya de buscar por fuera lo que llevas dentro.
Quédate, ahí, sin moverte, en la incomodidad,
siente esa dádiva, examínala y
cúbrete de ella,
y encuéntrate, debajo, contigo mismo.
Anda, deja ya de buscar
por fuera lo que llevas dentro.
Vamos, ve, ya basta de contenerte,
desplázate,
arremolínate
si es necesario,
fluye y encuentra tu cauce con su mar,
funde su sal en tu
dulzura,
se corriente cálida en invierno y fría en verano,
se al cardumen lo
que el viento al vuelo de los pájaros,
y permítete descansar,
sólo para
sedimentar las piedras que llevas contigo,
ya, déjalas en el lecho.
Ey, tú, sé libre
del bastión,
y siéntete a gusto en la piel de esa mujer,
esa para la cual no
es necesario que quites las espinas.
Luego ve y quédate horas, tardes enteras,
se el amo de ese fuego,
el que tanto tardas
en encender.
Arderás por dentro
con el calor de esa luz que sólo ves a ojos
cerrados
y encontrarás tu piel en ti y a
ti en tu piel
mientras ella te roce aunque sea sólo con el calor de su aliento
mientras duerme a tu lado.
Disfruta, por favor, de cada segundo a su lado,
que el agua
de la ducha,
el amanecer de sol,
la salida de la luna llena,
la cera caliente
de las velas sobre el algarrobo,
el jugo de naranjas,
las películas en casa,
el
te de frutos rojos sin azúcar,
el menú ejecutivo del bar,
correr,
los mantras y
la música electrónica,
el sofisticado cocktel nocturno,
la limpieza,
el amor…
por favor, que sea a dos,
anda, que ya pasó el momento de andar solo.
