A poco menos de dos
meses de mis treinta, y con un prontuario de hombres digno de loca de comedia romántica mexicana creo haber llegado a un par
de conclusiones coherentes sobre el asunto que durante tanto tiempo
ocupó un lugar primordial en mi vida, si, digna hija de mujer
hombrecentrista tenía que ser.
Hija, también, de
una historia (de amor?) que ni Almodovar imagina, con una familia lo
suficientemente grande como para contar con un amplio tinte de
personajes, dramas, hipocresías y años de terapia de una pendeja
pelotuda que se creyó que podía sacar a la luz la verdad de los
muertos. La pendeja pelotuda... yo.
Amé fuerte, una vez
y media, dividida de manera no proporcional entre tres hombres desde
mis 8 años hasta hoy.
Me enamoré,
perdidamente, de muchos, muchísimos hombres, e incluso, es posible
que de una mujer también, de volver a nacer haría la lista a lo
Florentino Ariza, eso sí, no sabría a cuál de todos esperaría
toda mi vida. Si es que las leyes permiten esperar a dos hombres
porque, aunque no quiera, al primero lo sigo… despidiendo.
A los 24 perdí la
paciencia, dejé de enamorarme y empecé a empezar a aprender a
amarme.
En algún año par
de los que siguieron, mi mente le ganó, por primera vez en mi
existencia, la guerra a mis sentidos hasta que, aliado con los
últimos, mi cuerpo intervino y tiró la bomba.
Y al fin, de paso
por el Río Magdalena, traje conmigo a Florentina y ahora (o hasta
ahora) van (y vienen) unos seis amantes (y creo saber a cual de ellos
esperar).
Anoche me encontré
besando con ternura, siendo yo con el otro, siendo toda yo, como soy
siempre, como disfruto serlo y me observé, me observé hoy y me
recordé ayer, y el mes pasado, y tres lunas nuevas atrás, me
observé siendo, cita a cita, sexo a sexo, tan yo, que me creyeron,
ellos me creyeron... enamorada.
Y fue así que, entonces, entendí, que éstos chicos, ademas de amantes tienen algo de valientes.
Y fue así que, entonces, entendí, que éstos chicos, ademas de amantes tienen algo de valientes.
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