Me sentí enferma.
Lo primero que entendí fue que no estaba bien esto de
aprender sentada en una mesa frente a un
libro, decidí viajar. Pasaron unos cuatro años, los viajes no fueron tantos.
El primer destino fue Valparaíso, Chile. Una puerta que se
abre para quedar por siempre abierta.
Luego, viaje sin
estar presente. Subí a un avión rumbo a Río de Janeiro y olvidé empacar el
corazón. En el país del carnaval y sin corazón, sin el latir que marca el más
inicial de todos los ritmos ¿Qué clase de mujer viaja a un paraíso tan
romántico sin corazón?
Pensé que podía corregir semejante error en el país de la
Murga, viaje a Uruguay, pero esta vez olvidé empacar los sentidos. No tiene sentido.
No volví a viajar.
Inicié una aventura desde donde estoy, el estoy que soy yo.
Una exploración por los recónditos rincones del inconsciente. Conocí secretos, recorrí
recuerdos, exploré sensaciones, descubrí conocimientos, abrí bloqueos. La
aventura no termina.
Ahora amanezco sintiendo.
Entendí algo más: mejor que los libros, mejor que los
viajes, son las personas. Después de todo también están en los libros y en los
viajes, y en donde estoy.
Entonces la ciudad se
llena de héroes.
La que me rescata de la timidez al arte,
el que me devuelve la
pasión por la arquitectura,
quienes me muestran los mapas de la psiquis,
la que me incita al
delirio,
la que me rodea de nuevas músicas e historias de cine,
los que completan el mundo,
esa tipa que logra todo y tanto admiro,
y después (o antes, o durante) estoy yo, también heroína, a
mi manera. Dejándome rescatar algunas veces, otras permitiéndome ser
modificada, a veces emito, a veces reflejo,
a veces irradio, a veces absorbo.
En fin, quiero leer, quiero latir, quiero viajar, quiero
sentir, quiero rodearme de gente, quiero ser amada…
… siempre y cuando no esté muy cansada.
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